miércoles, 21 de mayo de 2014

Esto nos hizo

Recién cumplía mis diecisiete. Por primera vez tomaba en mis manos “Cien Años de Soledad”. Entonces mi ojo izquierdo que siempre había sido vizco no podía corregirse con el lente. Me habían roto el corazón por primera vez.  Y mi ojo no quiso enderezarse. Yo esperaba la operación para volver a ser aceptable, me auto impuse un castigo para mi padre, una locura para mi madre, la libertad para mí. Por primera vez me corte el pelo. Corto carre y eso ya era una gran subversión a los órdenes establecidos de las ancestrales gracias femeninas. Yo quizás quería ser más masculina, que no es otra cosa que tomar las riendas del galope. Quería galopar por mi cuenta y así empezaría.
Semana santa y mis padres tenian que trabajar en Santiago del Estero. Yo no conocía. Todos subimos a la nave y allá fuimos. La nave era la camioneta donde los Galdeanos nos teletransportabamos más allá del neoliberalismo y nos hacíamos justicia social, la que nos ganamos en Alta Córdoba enganchados de la luz. Justicialismo rotundo era que mi viejo nos llevara a sus seis hijos a la tierra de la chacarera.
¡Dejá ese libro Ivana! ¡Mirá por la ventana! El mismo reclamo de siempre. Todos los viajes la misma cantaleta. Y yo en mi guarida de tintas podía no hacerme cargo de nadie y estar en paz conmigo. Pero esta vez no era un escondite, yo me había caído por el ahujero del árbol en la plaza central de Macondo. En Santiago del Estero había una feria de algo, no sé de qué, pero tras un viaje donde intenté en un papelito hacer un tejido eterno de Arcadios Buendía, aterrizamos en una plaza de tierra suelta. Gris como no había conocido, gris clara y gris oscura. Tan suelta que se hacían remolinos por todos lados. Tan grande que yo no veía el horizonte. Era tierra en mis pies. En mis dedos. Tierra en mis ojos y en mi boca. Tierra en mi ropa y en los dedos. El viento, el viento.
Entre los remolinos habían más de diez carpas blancas llenas de gentes. Vino tinto en todos lados, jarras toneles, vasos, manchas, risas, gritos, exabruptos. Más vino tinto en todos lados. Vino en mi sangre caliente. Mi padre grita y se ríe y llora. Grita el cantante apasionado. Mi madre habla fuerte y se siente dueña del mundo. Vino tinto. Suenan los bombos en el parche y la madera. Mis hermanos  perdidos, libres, en algún lugar entre la tierra. Yo buscándolos, trayéndolos una y otra vez. Afuera las carpas blancas se flamean como tules o úteros de gasa. Adentro carne asada. Mis dedos y mis manos chorrean grasa caliente.La tierra, la carne, el vino y la sangre. Se manchan las hojas blancas mientras en Macondo una mujer grita de placer desde la sierra. Grita de placer días y noches y yo pienso con mis diecisiete años que esa es una mujer valiente. ¡Dejá ese libro Ivana! 
No se como llegamos a un hotel de noche. El único tal vez. Dibujos de humedad en paredes ocre, como fotografías antiguas. Mis padres duermen en una habitación contigua.  En mi cuarto mis hermanitos semi desnudos intentan soñar entre calor y mosquitos. ¿Cómo hace calor en Abril? Es tal vez cierto que en Santiago los diablos se escapan de la Salamanca de fuego eterno. Yo sin darme cuenta de mi falta de catolicismo voy sacándome la ropa hasta quedar en bombacha. A pesar de mi ojo bizco me gusto. Yo me gusto pero no tengo tiempo ni la valentía para distraerme en mi propia piel, en el rosado de los senos. En cambio me sambullo por el ahujero de hojas otra vez.
Voy y vengo por las penumbras con el libro en mano, y no se si recorro el cuarto, Santiago del Estero o Macondo. Por la ventana empiezan a entrar luces girantes de colores. Las persigo como si fueran mariposas y a través de las roídas persianas encuentro una vuelta al mundo, el mambo y una kermes. En el parque flotantes foquitos amarillos, azules y rojos. Una feria, risas y disparos de cebita.
En puntas de pie descalzo voy al cuarto continuo. Sobre la mesa  de luz mi mama deja siempre sus cigarrillos saco uno y el encendedor azul. Regreso rápido antes de leer el último capítulo. Quiero hacerme mujer, entonces  me paro frente a la ventana y fumo por primera vez.
Cien años de soledad ya he vivido. Cien años de soledad viviré. El humo se va hacia arriba y yo sé que se junta con las estrellas. Cierro el libro y tengo la sensación de que no de riendas sino por las crines será que voy a mandar en mi vida.   
El televisor en la madrugada de Santiago es poseído por Ripstein quien habla de lo real maravilloso y de García Marquez. Mi piel está toda erizada. La realidad me desborda ¿Estoy dentro de Macondo, de mi imaginación, de Santiago del estero? ¿Porqué Marquez también está en la única luz de la habitación? ¿Quién ese capaz de hacer profundo Carmesí? Afuera suenan los bombos, las cosas otra vez no tienen nombre y deben ser señaladas con el dedo. Soy virgen pero no.
La película termina y yo decido tenazmente que mi vida sera el cine. Semana Santa. Eso me hizo García Marquez. Eso entre muchas otras cosas, porque después tuve cólera y amor y anduve con putas tristes.
Marquez fue el Gabriel cuya trompeta despertó en la patria grande, la nación del arco iris. Nosotros recibimos su llamado.