El viaje de la libertad no es recomendable, aunque
inevitable, no es recomendable. No se invita a nadie, no se hace alarde, no se
anuncia la partida. Las sendas más tarde o más temprano se hacen tan estrechas
que estrujan todo residual. Y mientras
más se andan sus caminos más se sabe que los que pregonan son o bien
principiantes fervientes de entusiasmo o farsantes predicadores hacia el abismo
que no han llegado jamás. Uno anda solo y se curte bien curtido.
No puedo dar
cuenta de cómo empecé, no se si es que mi tiempo había madurado para caerse
sobre la tierra en un pac, de pulpa abierta o es que de terca tozuda o
desauciada me puse a andar. La cosa es que me fui. Y me juré no parar hasta
llegar. Incluso si el asunto era morir en el intento. No es de ninguna forma
esta una afirmación idealista, imaginada por una mujerita frágil sutil soñadora
y chiquitita. Literalmente se va la vida en ello. Me he muerto más veces en este cuerpo, que en
todas mis vidas. Se muere tanto. Se muere con dolor. Se muere de temor. Se
muere de locura. Se muere de traiciones. Se muere de tristeza. Se muere de
soledad. Se mueren las ideas y los ismos. Se muere tanto y tan atrozmente,
porque ni siquiera se alcanza el cielo, sino un poco más de camino por andar.
En la primer parte del trayecto como mujer una se tiene
que sacar de encima la rabia de mujer. A mí Nieztche y Freud me sudaban el
coño, me los pasaba por el papo, me fregaban la concha. El primero por creerse
que si me hacia un hijo me hacía mansa, el segundo por estúpido, porque
solamente un imbécil puede imaginar que yo le envidiaba la poronga. Les tenía
bronca a ellos, que en realidad no eran más que dos condensadores del discurso
frecuente. Estaba por entonces furiosa de que por ser libre me llamaran puta,
loca, conchuda, mal parida, histérica, mala madre, mala mujer. Estaba furiosa
de que me hubieran echo tanto daño por querer ser de mi misma y de nadie más.
Estaba sangrante de heridas. Harta de ser lacerada cada vez que pensaba. Harta
de que me pagaran menos. Harta de que me miraran las tetas en vez de la cara.
Harta de que me dijeran que mi mirada era demasiado femenina. Estaba locamente
furiosa. Y se me había ocurrido que rapandome el pelo y vistiendome de hombre
las cosas iban a mejorar. Pero no mejoraron. Las trompadas fueron más duras.
Entonces me armé de discursos y me puse a escandalizar a todo el que no me
dejara opinar. Uy si habré perdido tiempo siendo feminista. Debe ser que un día
me cansé de pelear y en vez de mirar afuera, se me ocurrió mirar para adentro.
Y adentro yo no era una mujer, era todos los sexos posibles. Adentro yo también
era hombre. Y era homosexual y heterosexual. Y hasta esas etiquetas me
parecieron una sorchada mentirosa. Se me fue yendo la rabia andando hacia la
libertad. Y me quedé tranquila de Ser. Solamente ser. Entonces me pude sentar a
la mesa de los hombres sin discursos defensivos, sin estrategias seductoras. Me
senté, ocupé mi lugar, me convidé del mismo
vino que tomaban y les enseñé lo que soy. Nadie me quiso lastimar nunca
más. Yo me había hecho señora de mí misma. Era tiempo de galopar.
En la segunda parte me fuí quedando sin nada. Uno apuesta
y pierde. Redobla y pierde. Empeña y
pierde. Freedom is a loosing game. ¿Qué se pierde? Lo que más se quiere,
trabajo, amigos, enemigos, presitigio, respeto, recuerdos, ideas, cosas, casas,
amores, padres, madres, hijos, sueños, ilusiones. Y cuando los balances se vuelven nefastos es
cuando los que emprendieron el viaje con espíritu de probadita se vuelven. Y
cuentan historias sobre dulce merengue y margaritas. Dicen que la libertad es
mancita como una paloma y que se la atrapa siendo servicial y bueno. Pero la
verdad, es que en el camino solo siguen los que apuestan en la ruleta la propia
vida. Janis decía Freedom
is just another word for nothing left to loose. Nothing don't mean nothing
honey if it ain't freeothing. Ella
sí que sabía, Janis sabía.
Pero la pérdida y el fracaso no son las muertes más
tremendas. El caso más difícil son los otros. Es que la libertad no está en el
monasterio, o el retiro espirituoso. El camino de la libertad hace sus sendas
por la rutina, lo mundano, lo humano con olor a humano. Uno sigue habitando la
realidad del televisor. Las facturas con aviso de corte se apilan en la puerta.
El telefono suena apestando a compromisos. Los otros que estan confortablemente
aclimatados siguen siendo parte de la vida. Y cuando uno se asume perdedor y
fracasado los otros revelan la verdad de la relación que nos liga a ellos. Ese
momento, puedo decir, es glorioso. Cuando uno finalmente se deja de llorar por
lo que se le estrujó y entiende que para las viejas maneras de entender el
mundo, uno es facticamente un perdedor y un fracasado. Abrazar esa realidad
hace que de repente, frashh, uno se vuelva tan pero tan liviano que ya no
camina, levita. Es como cuando en los videojuegos uno abraza un diamante con
vidas de bonus track. Dejar de llorar
las pérdidas hace que uno deje de pretender ilusiones y se queda desnudo con el
alma a la vista de todos, y gana un amor a sí mismo que estos otros confunden
rápidamente con orgullo.
Los otros, los que no quieren, no saben, no pueden con la
libertad. Para ellos uno se vuelve una blasfemia. Y preguntan, y se indignan, y
se espantan, y se remuerden, y se lamentan por la tragedia que nos espera, y se
horrorizan porque uno a pesar de no tener nada, está más bello, más sereno, más vivo que
nunca. Conocer el desprecio y el juicio de los que más amamos es sin dudas la
parte que mas duele. Entonces es
apropiado llorar, gritar y aullar en soledad. Repito, en soledad. Pero sepa que
cuando esté vomitando la víctima lo vendrá a visitar. La víctima es la trampa.
Se puede perder mucho tiempo en su prisión.
Llorar un dolor es querer vivir, quedarse atrapado en un sufrimiento es
como el fantasma del pack man. Te chupa vidas y vidas. A la víctima hay que
sacarla de un palazo, terminar de llorar lo que sea necesario y finalmente
decirle a los otros, a los cuatro vientos y especialmente a uno mismo“Que se
curtan todos bien curtidos”.
Es verdad que también hay compañeros que andan rutas
paralelas con los que se para a descansar, compartir sabidurías (no
aplicables), mapas (casi siempre mal hechos), consejos (inservibles). Pero uno
se queda ensimismado, porque entre los cuerpos se aviva un calor, una alegría.
La de saber que uno no está tan solo, ni tan loco. Y después cada quien por su via. Así es la cosa. Ni triste ni
cruda ni desalmada. Es como es.
Es tan indispensable soltar a todos, a todos, a todos,
incluso a los más incondicionales. Soltarlos es dejar de robarles, es dejar de
alimentarse de ellos. Soltarlos es amarlos en libertad. Soltarlos no es
necesariamente dejar de compartir, es dejar de joderse y de joderlos. A los
pocos pasos de haber soltado a los otros, llega el segundo frashhh. Uno gana un
amor por todos inexplicable. Uno los ama aclimatados y confortables. Envidiosos
y Rabiosos. O incondicionales y amorosos. Se ama tanto a todos que uno empieza
a brillar. No es el aura, no es nada místico fantaseoso. Es un brillo bien real
que uno carga consigo. El camino se pone más verde. Se anda en bajada, con
brotecitos alrededor. Se alimenta uno fácil, porque los frutos se caen solos a
nuestros pies. Y la soledad se hace soleada. Soy Sola. Soy Sol. Estoy en mi
cuenta, estoy en mí misma, estoy en mi territorio. Todo es tan sereno que uno
se tienta a inventarse problemas para no aburrirse.
Para no aburrirse de tanta paz uno puede ocuparse de
llamar a las partes perdidas. Es que el camino no es lineal y progresivo. Hasta
que nos hacemos uno mismo hay retazos de nosotros que andan empezando, otros rabiosos,
otros perdiendo y otros soltando. La cosa es que la cosa se pone tranquila para
que nosotros podamos remembrar lo desmembrado. Entonces me senté a esperar que
un aspecto cruce las escarpadas montañas y cuando llegó al verde lo abracé y se
me metió adentro para no dividirse nunca más. Otras veces, bailé y zapatié
convocando a los más resistentes. Todos mis aspectos se vienen viniendo y con
cada uno que se me entra yo ma hago más transparente. Mas simple. Más pura. Mas
yo.
En esa tranquilidad algunos en vez de seguir andando, se
sientan y hacen un trono para que otros vengan a adorarlos. Casi siempre, como
ven verde a su alrededor se creen que han llegado y pregonan que la libertad es
de dulce merengue y margaritas. Y hablan de palomas serenas y buenitas. Y estos
maestros seguro sirven, porque ya atravesaron una parte importante del camino.
Pero la cosa es que la libertad no está entre merengues y margaritas. Entonces
unificado y transparente, levitando y brillando uno vuelve a perder comodidad y
sigue andando hacia la libertad. Es que a uno se le va la vida en ello.
Ya me fui del
oasis de los maestros. Sigo más allá. Y en esa parte del trayecto ando yo
amigos. Vislumbrando a lo lejos una cuesta. Una mujer que se parece a mí misma
me espera. ¿Será entonces que ya había llegado?
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