Recién cumplía mis diecisiete. Por primera
vez tomaba en mis manos “Cien Años de Soledad”. Entonces mi ojo izquierdo que
siempre había sido vizco no podía corregirse con el lente. Me habían roto el
corazón por primera vez. Y mi ojo no
quiso enderezarse. Yo esperaba la operación para volver a ser aceptable, me
auto impuse un castigo para mi padre, una locura para mi madre, la libertad para
mí. Por primera vez me corte el pelo. Corto carre y eso ya era una gran
subversión a los órdenes establecidos de las ancestrales gracias femeninas. Yo
quizás quería ser más masculina, que no es otra cosa que tomar las riendas del
galope. Quería galopar por mi cuenta y así empezaría.
Semana santa y mis padres tenian que
trabajar en Santiago del Estero. Yo no conocía. Todos subimos a la nave y allá
fuimos. La nave era la camioneta donde los Galdeanos nos teletransportabamos
más allá del neoliberalismo y nos hacíamos justicia social, la que nos ganamos
en Alta Córdoba enganchados de la luz. Justicialismo rotundo era que mi viejo
nos llevara a sus seis hijos a la tierra de la chacarera.
¡Dejá ese libro Ivana! ¡Mirá por la
ventana! El mismo reclamo de siempre. Todos los viajes la misma cantaleta. Y yo
en mi guarida de tintas podía no hacerme cargo de nadie y estar en paz conmigo.
Pero esta vez no era un escondite, yo me había caído por el ahujero del árbol
en la plaza central de Macondo. En Santiago del Estero había una feria de algo,
no sé de qué, pero tras un viaje donde intenté en un papelito hacer un tejido
eterno de Arcadios Buendía, aterrizamos en una plaza de tierra suelta. Gris
como no había conocido, gris clara y gris oscura. Tan suelta que se hacían
remolinos por todos lados. Tan grande que yo no veía el horizonte. Era tierra
en mis pies. En mis dedos. Tierra en mis ojos y en mi boca. Tierra en mi ropa y
en los dedos. El viento, el viento.
Entre los remolinos habían más de
diez carpas blancas llenas de gentes. Vino tinto en todos lados, jarras
toneles, vasos, manchas, risas, gritos, exabruptos. Más vino tinto en todos
lados. Vino en mi sangre caliente. Mi padre grita y se ríe y llora. Grita el
cantante apasionado. Mi madre habla fuerte y se siente dueña del mundo. Vino
tinto. Suenan los bombos en el parche y la madera. Mis hermanos perdidos, libres, en algún lugar entre la
tierra. Yo buscándolos, trayéndolos una y otra vez. Afuera las carpas blancas
se flamean como tules o úteros de gasa. Adentro carne asada. Mis dedos y mis
manos chorrean grasa caliente.La tierra, la carne, el vino y la sangre. Se
manchan las hojas blancas mientras en Macondo una mujer grita de placer desde
la sierra. Grita de placer días y noches y yo pienso con mis diecisiete años
que esa es una mujer valiente. ¡Dejá ese libro Ivana!
No se como llegamos a un hotel de
noche. El único tal vez. Dibujos de humedad en paredes ocre, como fotografías
antiguas. Mis padres duermen en una habitación contigua. En mi cuarto mis hermanitos semi desnudos
intentan soñar entre calor y mosquitos. ¿Cómo hace calor en Abril? Es tal vez
cierto que en Santiago los diablos se escapan de la Salamanca de fuego eterno.
Yo sin darme cuenta de mi falta de catolicismo voy sacándome la ropa hasta
quedar en bombacha. A pesar de mi ojo bizco me gusto. Yo me gusto pero no tengo
tiempo ni la valentía para distraerme en mi propia piel, en el rosado de los
senos. En cambio me sambullo por el ahujero de hojas otra vez.
Voy y vengo por las penumbras con el
libro en mano, y no se si recorro el cuarto, Santiago del Estero o Macondo. Por
la ventana empiezan a entrar luces girantes de colores. Las persigo como si
fueran mariposas y a través de las roídas persianas encuentro una vuelta al
mundo, el mambo y una kermes. En el parque flotantes foquitos amarillos, azules
y rojos. Una feria, risas y disparos de cebita.
En puntas de pie descalzo voy al
cuarto continuo. Sobre la mesa de luz mi
mama deja siempre sus cigarrillos saco uno y el encendedor azul. Regreso rápido
antes de leer el último capítulo. Quiero hacerme mujer, entonces me paro frente a la ventana y fumo por primera
vez.
Cien años de soledad ya he vivido. Cien
años de soledad viviré. El humo se va hacia arriba y yo sé que se junta con las
estrellas. Cierro el libro y tengo la sensación de que no de riendas sino por
las crines será que voy a mandar en mi vida.
El televisor en la madrugada de
Santiago es poseído por Ripstein quien habla de lo real maravilloso y de García
Marquez. Mi piel está toda erizada. La realidad me desborda ¿Estoy dentro de
Macondo, de mi imaginación, de Santiago del estero? ¿Porqué Marquez también
está en la única luz de la habitación? ¿Quién ese capaz de hacer profundo
Carmesí? Afuera suenan los bombos, las cosas otra vez no tienen nombre y deben
ser señaladas con el dedo. Soy virgen pero no.
La película termina y yo decido
tenazmente que mi vida sera el cine. Semana Santa. Eso me hizo García Marquez.
Eso entre muchas otras cosas, porque después tuve cólera y amor y anduve con
putas tristes.
Marquez fue el Gabriel cuya trompeta
despertó en la patria grande, la nación del arco iris. Nosotros recibimos su
llamado.
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