A veces, cuando
estoy deprimida u obsesionada con lo que se supone es un fracaso, que puede ser
desde la mancha en el guardapolvo de mi niño hasta la caída de un plan de años
o cuando me acuerdo de las veces que dejé mi corazón en las manos de un
apostador de cualquier carajo como juego de burros o de la yerba peperina con
tal de no trabajar o de las veces que no mandé al carajo a un montón de papudas
y papudos a la madre que los pario papudamente; esas veces es cuando me imagino
que bien me hubiera ido si hubiera sido una señorita bien. Bien caretita,
porque no hay otra forma de ser una señorita bien. Caretitas que no se hicieron
a mi medida. Ay por favor si pudiera dejarme una pegadita o pintadita aunque
sea un rato, me hubiera ido tan bien. Ya me han dicho varias veces los que me
quieren bien, bien caretita, que porque no me quedo más calladita. Más
calladita. Eso es importante para ser una señorita bien. Y yo no le rompo las
pelotas a nadie pienso, si yo vivo callada metida en mis luminosas ideas o mis
cuelgues delirantes o mis fantasmas chorreantes de horror. Pero ando en la mía.
Porque me tengo que quedar más callada si yo no hago proselitismo con mis
ideas, que bien mías son y bien mías me las quedo. Más callada de que. O ¿Cómo?
Entonces ahí me doy cuenta que el calladita es no decir lo que se piensa sino
lo que se espera. Y ahí se me despinta la florcita rococó del cachetito
rosadito. Y se me cae a la mierda el
tulcito de ojos pestañosos y pudorosos. ¡Carajo! Como es que no me clavaron una sola puta
caretita, la puta madre. Y estas señoritas que andan con miles de cientos que
ni ellas saben cómo mierda les luce la piel. Porque algunas tanto y a otras tan
poco. Y me da la furia de no ser
Señorita. Por la re concha de mi madre. Y ahí voy yo cada vez menos señorita,
enrojecida de ganas de partirle un batazo al que me quiere calladita.
Uf, respiro. Miro
el río. Al agua que ríe de mí en las piedritas no le importo. El agua ríe del
sol. Ríe de los pescaditos. Ríe de los reflejos
y de mis pies gorditos con pelos en el dedo gordo. El río ríe y yo me
río del río y me lavo la cara.
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