El viento no ha querido dejarme dormir. Siempre tiene planes diferentes para mí. No hay poder que yo pueda anteponer ante su voluntad. Viene a llenarme el cuenco y se arremolina en mi dentro para despedazarme las mentiras. Me ha dejado purificada, como siempre. Lista para cantar sus cantos. Y yo me dejo soplar. No le opongo resistencia porque su voz es la mía de otro tiempo, de cuando estoy unificada. Desde la cumbre baja, como en el desierto el silencio se esparcía por pendientes invisibles hasta mi cama.
El viento y el desierto se aman. No se interrumpen, no se confrontan, ni se mezclan. Se dejan ser. Se ensalzan. En la tierra roja de Don Juan yo conocí este romance. Que es como el romance de mis tristezas con mi calma.
El viejo dijo que somos una herida abierta. A su alrededor establecemos la personalidad, como barricada, y detrás siempre hay sangre, tejido roto, llaga. Dice él que la justicia de los hombres no alcanza, que no sirve para cicatrizar. Que el destino es trágico, que de él no se escapa. Me gusta pensar que puedo hacerme canción, por encima de la carne lastimada sin mi consentimiento.La virginidad se pierde muchas veces. Eso aprendí, porque son tantos los hímenes de la conciencia.
Pero muchos hombres no entienden de estas cosas. Esos hombres mandan. Están al frente, hablando, hablando, dando batallas. Y van en una carrera estúpida sin escucharse. Algunas se van al frente también y se vuelven tan estúpidas como ellos. Piensan que si se sacan los hijos de las entrañas se hacen más libres, piensan que si se dejan de sentir se hacen más fuertes. Y no se dan cuenta que es así como el patriarcado les gana. Porque en el frente de batalla esos hombres son siempre los que mandan.
Como resistencia yo cocino con vehemencia, agito ideas, le saco los piojos al más chico suavecito, inspiro a los que me visitan, doy la teta, escribo poemas, voy a tender las camas, enseño lo que se y respiro el manjar del aire. También me sé amiga de los hombres que saben recitar, que saben cantar, que construyen en vez de matar. Y soy feliz cuando en el atardecer recibo a ese que gusta de mi mano, que me dice compañera, que quiere cuidar en vez de mandar.
Acá avivamos la vida como fogoncito. Para que cuando vuelvan de la guerra se anoticien de que el amor sigue siendo la única verdad y que en las noches como estas las heridas se pueden hacer canción.
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