domingo, 29 de septiembre de 2013

No Recomendable


El viaje de la libertad no es recomendable, aunque inevitable, no es recomendable. No se invita a nadie, no se hace alarde, no se anuncia la partida. Las sendas más tarde o más temprano se hacen tan estrechas que estrujan todo residual.  Y mientras más se andan sus caminos más se sabe que los que pregonan son o bien principiantes fervientes de entusiasmo o farsantes predicadores hacia el abismo que no han llegado jamás. Uno anda solo y se curte bien curtido.
 No puedo dar cuenta de cómo empecé, no se si es que mi tiempo había madurado para caerse sobre la tierra en un pac, de pulpa abierta o es que de terca tozuda o desauciada me puse a andar. La cosa es que me fui. Y me juré no parar hasta llegar. Incluso si el asunto era morir en el intento. No es de ninguna forma esta una afirmación idealista, imaginada por una mujerita frágil sutil soñadora y chiquitita. Literalmente se va la vida en ello.  Me he muerto más veces en este cuerpo, que en todas mis vidas. Se muere tanto. Se muere con dolor. Se muere de temor. Se muere de locura. Se muere de traiciones. Se muere de tristeza. Se muere de soledad. Se mueren las ideas y los ismos. Se muere tanto y tan atrozmente, porque ni siquiera se alcanza el cielo, sino un poco más de camino por andar.
En la primer parte del trayecto como mujer una se tiene que sacar de encima la rabia de mujer. A mí Nieztche y Freud me sudaban el coño, me los pasaba por el papo, me fregaban la concha. El primero por creerse que si me hacia un hijo me hacía mansa, el segundo por estúpido, porque solamente un imbécil puede imaginar que yo le envidiaba la poronga. Les tenía bronca a ellos, que en realidad no eran más que dos condensadores del discurso frecuente. Estaba por entonces furiosa de que por ser libre me llamaran puta, loca, conchuda, mal parida, histérica, mala madre, mala mujer. Estaba furiosa de que me hubieran echo tanto daño por querer ser de mi misma y de nadie más. Estaba sangrante de heridas. Harta de ser lacerada cada vez que pensaba. Harta de que me pagaran menos. Harta de que me miraran las tetas en vez de la cara. Harta de que me dijeran que mi mirada era demasiado femenina. Estaba locamente furiosa. Y se me había ocurrido que rapandome el pelo y vistiendome de hombre las cosas iban a mejorar. Pero no mejoraron. Las trompadas fueron más duras. Entonces me armé de discursos y me puse a escandalizar a todo el que no me dejara opinar. Uy si habré perdido tiempo siendo feminista. Debe ser que un día me cansé de pelear y en vez de mirar afuera, se me ocurrió mirar para adentro. Y adentro yo no era una mujer, era todos los sexos posibles. Adentro yo también era hombre. Y era homosexual y heterosexual. Y hasta esas etiquetas me parecieron una sorchada mentirosa. Se me fue yendo la rabia andando hacia la libertad. Y me quedé tranquila de Ser. Solamente ser. Entonces me pude sentar a la mesa de los hombres sin discursos defensivos, sin estrategias seductoras. Me senté, ocupé mi lugar, me convidé del mismo  vino que tomaban y les enseñé lo que soy. Nadie me quiso lastimar nunca más. Yo me había hecho señora de mí misma. Era tiempo de galopar.
En la segunda parte me fuí quedando sin nada. Uno apuesta y pierde. Redobla y  pierde. Empeña y pierde. Freedom is a loosing game. ¿Qué se pierde? Lo que más se quiere, trabajo, amigos, enemigos, presitigio, respeto, recuerdos, ideas, cosas, casas, amores, padres, madres, hijos, sueños, ilusiones.  Y cuando los balances se vuelven nefastos es cuando los que emprendieron el viaje con espíritu de probadita se vuelven. Y cuentan historias sobre dulce merengue y margaritas. Dicen que la libertad es mancita como una paloma y que se la atrapa siendo servicial y bueno. Pero la verdad, es que en el camino solo siguen los que apuestan en la ruleta la propia vida. Janis decía Freedom is just another word for nothing left to loose. Nothing don't mean nothing honey if it ain't freeothing. Ella sí que sabía, Janis sabía.
Pero la pérdida y el fracaso no son las muertes más tremendas. El caso más difícil son los otros. Es que la libertad no está en el monasterio, o el retiro espirituoso. El camino de la libertad hace sus sendas por la rutina, lo mundano, lo humano con olor a humano. Uno sigue habitando la realidad del televisor. Las facturas con aviso de corte se apilan en la puerta. El telefono suena apestando a compromisos. Los otros que estan confortablemente aclimatados siguen siendo parte de la vida. Y cuando uno se asume perdedor y fracasado los otros revelan la verdad de la relación que nos liga a ellos. Ese momento, puedo decir, es glorioso. Cuando uno finalmente se deja de llorar por lo que se le estrujó y entiende que para las viejas maneras de entender el mundo, uno es facticamente un perdedor y un fracasado. Abrazar esa realidad hace que de repente, frashh, uno se vuelva tan pero tan liviano que ya no camina, levita. Es como cuando en los videojuegos uno abraza un diamante con vidas de bonus track. Dejar de  llorar las pérdidas hace que uno deje de pretender ilusiones y se queda desnudo con el alma a la vista de todos, y gana un amor a sí mismo que estos otros confunden rápidamente con orgullo.
Los otros, los que no quieren, no saben, no pueden con la libertad. Para ellos uno se vuelve una blasfemia. Y preguntan, y se indignan, y se espantan, y se remuerden, y se lamentan por la tragedia que nos espera, y se horrorizan porque uno a pesar de no tener nada,  está más bello, más sereno, más vivo que nunca. Conocer el desprecio y el juicio de los que más amamos es sin dudas la parte que mas duele.  Entonces es apropiado llorar, gritar y aullar en soledad. Repito, en soledad. Pero sepa que cuando esté vomitando la víctima lo vendrá a visitar. La víctima es la trampa. Se puede perder mucho tiempo en su prisión.  Llorar un dolor es querer vivir, quedarse atrapado en un sufrimiento es como el fantasma del pack man. Te chupa vidas y vidas. A la víctima hay que sacarla de un palazo, terminar de llorar lo que sea necesario y finalmente decirle a los otros, a los cuatro vientos y especialmente a uno mismo“Que se curtan todos bien curtidos”.
Es verdad que también hay compañeros que andan rutas paralelas con los que se para a descansar, compartir sabidurías (no aplicables), mapas (casi siempre mal hechos), consejos (inservibles). Pero uno se queda ensimismado, porque entre los cuerpos se aviva un calor, una alegría. La de saber que uno no está tan solo, ni tan loco. Y después cada quien  por su via. Así es la cosa. Ni triste ni cruda ni desalmada. Es como es.
Es tan indispensable soltar a todos, a todos, a todos, incluso a los más incondicionales. Soltarlos es dejar de robarles, es dejar de alimentarse de ellos. Soltarlos es amarlos en libertad. Soltarlos no es necesariamente dejar de compartir, es dejar de joderse y de joderlos. A los pocos pasos de haber soltado a los otros, llega el segundo frashhh. Uno gana un amor por todos inexplicable. Uno los ama aclimatados y confortables. Envidiosos y Rabiosos. O incondicionales y amorosos. Se ama tanto a todos que uno empieza a brillar. No es el aura, no es nada místico fantaseoso. Es un brillo bien real que uno carga consigo. El camino se pone más verde. Se anda en bajada, con brotecitos alrededor. Se alimenta uno fácil, porque los frutos se caen solos a nuestros pies. Y la soledad se hace soleada. Soy Sola. Soy Sol. Estoy en mi cuenta, estoy en mí misma, estoy en mi territorio. Todo es tan sereno que uno se tienta a inventarse problemas para no aburrirse.
Para no aburrirse de tanta paz uno puede ocuparse de llamar a las partes perdidas. Es que el camino no es lineal y progresivo. Hasta que nos hacemos uno mismo hay retazos de nosotros que andan empezando, otros rabiosos, otros perdiendo y otros soltando. La cosa es que la cosa se pone tranquila para que nosotros podamos remembrar lo desmembrado. Entonces me senté a esperar que un aspecto cruce las escarpadas montañas y cuando llegó al verde lo abracé y se me metió adentro para no dividirse nunca más. Otras veces, bailé y zapatié convocando a los más resistentes. Todos mis aspectos se vienen viniendo y con cada uno que se me entra yo ma hago más transparente. Mas simple. Más pura. Mas yo.
En esa tranquilidad algunos en vez de seguir andando, se sientan y hacen un trono para que otros vengan a adorarlos. Casi siempre, como ven verde a su alrededor se creen que han llegado y pregonan que la libertad es de dulce merengue y margaritas. Y hablan de palomas serenas y buenitas. Y estos maestros seguro sirven, porque ya atravesaron una parte importante del camino. Pero la cosa es que la libertad no está entre merengues y margaritas. Entonces unificado y transparente, levitando y brillando uno vuelve a perder comodidad y sigue andando hacia la libertad. Es que a uno se le va la vida en ello.
 Ya me fui del oasis de los maestros. Sigo más allá. Y en esa parte del trayecto ando yo amigos. Vislumbrando a lo lejos una cuesta. Una mujer que se parece a mí misma me espera. ¿Será entonces que ya había llegado?




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